Cuento Preferido #13: Sebastián Pandolfelli

Hay cuentos que se quedan con uno. Aunque no se los recuerde tal cual, nos queda la sensación del placer que nos invadía durante la lectura. Y armamos en la memoria una versión propia. Nos apropiamos del texto. Eso me pasó con "Los Santos", uno de los cuentos del libro "Gracias Chanchúbelo" de Alberto Laiseca. Yo creí que lo recordaba. Y al releerlo, después de mucho tiempo, me llevé una grata sorpresa: era mejor aún de lo que la memoria me dictaba. 
En el cuento de Laiseca, los "santos" son hombres que desarrollan tareas imposibles sabiendo que nunca las van a completar o que van a dejar la vida en ellas. El Estado arma una ciudad donde aloja a estos locos que dedican su tiempo estudiar una carrera tras otra, a rezar, a meditar, al ascetismo, a escribir todos los números primos, construir una réplica exacta de la muralla china o de las pirámides, y los que yo más recordaba: los cultores de la planta Tulasi. El maestro toma una semilla, cierra el puño y no lo abre nunca más. Se venda la mano y se queda sentado meditando con el brazo extendido durante años hasta que la semilla, hecha raíces y se convierte en parte del árbol Tulasi. Durante ese tiempo su discípulo, le lleva agua y comida y medita con él. 
Mi memoria le agregó una parte: Cuando el Maestro muere y se convierte definitivamente en árbol, cae una semilla, el discípulo la toma y re comienza el culto. Eso no está en el cuento original. 
Hace un tiempo descubrí que hay un texto de Fogwill en "Los libros de la guerra" en el que habla de éste cuento y lo reescribe a su manera, también inventándole un final. 
Creo que un cuento como "Los Santos" es genial por eso. Porque más allá de cualquier pirotecnia verbal o de la utilización de las palabras en sí, el autor logra que la esencia del relato se quede con el lector para siempre.


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