Las posibilidades de la leche condensada
De niña adoraba la leche condensada, me la
comía sola de a sorbitos o con cucharita. Me encantaría seguir comiéndola así,
pero ya no me permiten. Entonces me gustan otras cosas condensadas. Casi como sucedáneo.
Aunque disfruto de una buena novela, los
cuentos cortos me toman por sorpresa, y los buenos me dejan la mirada atónita y
el movimiento imposible. No tengo cosas favoritas, nunca pude elegir algo
favorito, me gusta poco de todo. O me gusta mucho algo, pero tanto como otra
cosa.
Pero me gustan mucho los cuentos que me
ubican en ese momento de mirada atónita y movimiento imposible, los cuentos
como Mecánica Popular de Raymond Carver.
Desde el título, Carver ironiza el
contenido de su relato relacionándolo de manera directa con aquella publicación
tan popular durante algunos años (sobre todo antes de la aparición de
Internet), en la que se explicaba con palabras simples cuestiones relacionadas
a la ciencia y tecnología. Palabras simples para cuestiones complejas.
No sé quién había dicho alguna vez que
habría que evitar los comienzos meteorológicos. Carver le da una bofetada a esa
sugerencia y se lanza un primer párrafo brutal que desde el exterior atraviesa
paredes y se instala en el interior de una familia común.
Hay allí oscuridad y una discusión y no más
que discusión. Hay allí lo irresuelto que, Carver, con maestría, nos muestra a
través de un diálogo que no parece de veras llegar a eso.
El final es estruendoso y en una sola
línea, un hachazo en el centro mismo. Un corte limpio, de carnicero experto o
cirujano.
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