Lupa (fragmento) de Lia Colombino, comité de lectura del Premio Itaú de Cuento Digital

Prueba el agua con el dedo del pie, con el gordo. El pie debe estirar el empeine hasta torcerlo para que el dedo, el gordo, pueda alcanzar el agua y comprobar, no sin asombro, que está fría. El dedo, al rozar la superficie, produce un sonido pequeño que rompe y corta en dos la siesta. El árbol de atrás suyo, se levanta, enorme, y agita tres hojas o cuatro. El viento no obtiene la fuerza suficiente para más. Prueba de nuevo el agua. Ahora se ha sentado y ha metido ambas piernas que le cuelgan desde el borde. Burbujas se pegan a sus pantorrillas para luego desprenderse de ellas y emerger. No se decide. El agua está fría, pero ella tiene aquel calor que se siente desde adentro. 
 De nuevo, el árbol de atrás. Esta vez, una hoja cae, justo para ubicarse en la superficie transparente. Ella saca las piernas, camina atravesando el pasto mojado con los pies mojados. Hojas húmedas se le adhieren a los pies, a las plantas de los pies. Vuelve después de unos minutos, esta vez decidida a zambullirse. Cuelga de las rejas una toalla verde y azul y una remera, azul. Mira la escalera que se sumerge en el agua y posa un pie en ella, ahora el otro. Se queda unos minutos observando hacia abajo. Los pies se acomodan 
en el posterior escalón. Apoya la cola en el escalón que dejaron sus pies. El agua traspasa la tela negra que cubre porciones de su cuerpo, la moja y moja también la piel por debajo. Un suspiro se oye, como si algo que debía ocurrir hace rato ya, estuviese ocurriendo. Ahora apoya los codos en las rodillas, y las manos, hechas bollo, en el mentón. Un mentón que se diría inexistente. Corrección: ...y las manos, hechas bollo, en el lugar del mentón. Un momento más en esa posición hasta que se zambulle y el frío inunda todo su cuerpo. El agua recorre todos los sitios y se esconde en aquellos recodos donde se creería que ya no llega. Levanta la cabeza y un cielo recortado por copas de árboles enormes se le viene encima. Cierra los ojos unos segundos. Los abre y el cielo recortado sigue allí. Nada ha cambiado. La idea de unas aceitunas en la heladera le deja en el paladar una sensación agradable. Recorre el interior de la boca con la lengua. Pasa la lengua por el revés de los dientes, se detiene en aquel diente que sobresale por detrás. La fila de los dientes se rompe con este que pareciera mostrar los hombros. No lo ha querido arreglar nunca. Su piel, ahora, se eriza. Los pezones apuntan como si fueran a salir disparados. Pero nada sucede. Ella decide salir del agua, no sin antes zambullirse de nuevo, dar unas brazadas. Se encasqueta la remera, la azul y se envuelve con la toalla. Su cuerpo gotea en el piso de piedra, los pies dejan una marca que se va evaporando rápidamente. 
Nadie ha llamado, y ella, ese día, había decidido no poner música alguna. Evidencia. Lo había decidido sin haberse dado del todo cuenta. La casa, inabarcable con la mirada, parecía un monstruo de varias bocas. Todo es blanco allí. 
La cocina está en penumbras, apenas un rayo de sol entra para ubicarse certeramente en una de las hornallas. Las aceitunas esperan en un plato, blanco. Verde sobre blanco, piensa. Se introduce a la boca la primera aceituna, la tiene paseándola un momento, de pared a pared. La saca, la sostiene entre el pulgar y el índice, le da un pequeño mordisco. Y se la traga. La semilla queda en la boca un rato más. Sus ojos miran 
hacia adelante mientras el carozo va quedando limpio. Ahora gira sobre sí misma, como haciendo un paso de baile. Los pies han subido en puntas y el cuerpo ha dado un giro hacia la derecha. Las aceitunas se han desplazado hacia el borde del plato, blanco. Verde sobre blanco, piensa.  Una vez más, hay bichos en el cuarto. Pero esta vez, se ha colado una cucaracha, pequeña, de esas verde claro, chatas, albinas casi. Hace tiempo no las veía. De niña pensaba que eran bebés de cucaracha. Se posó verticalmente en uno de los azulejos cercanos a la ducha, ella se saca la zapatilla entrededo negra y la aplasta, dos veces, por las 
dudas. Verde sobre blanco, piensa.

Comentarios